Educación para el Hombre del siglo XXI
¿Cuál es el hombre que debe formar la educación actual para la sociedad del naciente siglo XXI?
William Arias Mendoza
Caracas, noviembre 2001
Pensamientos
Debo
comenzar esta intervención con algunos pensamientos de personajes que
hoy día cobran vigencia, por cuanto nos pueden servir como marco de
referencia a lo que voy a expresar, en un intento de dar respuesta a
esta interrogante.
Más valdría que los hombres no recibieran educación a que fueran educados por sus dirigentes. Thomas Hodkins
Mi abuela quiso que yo tuviera una buena educación; por eso no me mandó a la escuela. Margaret Mead
El
aprendizaje es un simple apéndice de nosotros mismos; donde quiera que
estemos, está también nuestro aprendizaje. William Shakespeare
Enseñen y tendrán quien sepa, eduquen y tendrán quien haga. Simón Rodríguez
Las naciones marchan hacia el término de su grandeza, con el mismo paso en que marcha su educación. Simón Bolívar
Luego de este preámbulo me propongo desarrollar ideas intentando responder la interrogante relacionada con el hombre que debe formar la educación actual para la sociedad del naciente siglo XXI
Este
título parece sugerir que la educación tiene como finalidad formar un
hombre que sea adecuado a un tipo determinado de sociedad. El siglo XXI
traerá consigo una determinada forma de sociedad, la cual, así se
supone, será distinta, no sólo de esta sociedad en la que vivimos, sino
de cualquier otra que haya existido anteriormente. Para saber qué tipo
de hombre habrá que formar para el siglo XXI, habría que saber
previamente como será la sociedad del naciente siglo XXI. Pero enseguida
nos asaltan algunas interrogantes. Cuando hablamos de la sociedad del
siglo XXI, ¿no estamos suponiendo que dicha sociedad será una y la misma
para todos los países? ¿Será la misma sociedad la que existirá en
Londres, en París, en Nueva York, en Kabul, en Tokio, en Monterrey, en
Caracas, en Barquisimeto? Sería muy aventurado hacer una afirmación
tajante.
En
cuanto a progresos y avances científicos y técnicos, ya se ha vuelto un
lugar común que la brecha que separa a los países más avanzados en la
investigación y el desarrollo científico y sus aplicaciones técnicas, en
vez de disminuir, se agranda. En vez de brecha tal vez sea más propio
hablar de abismo; ¿podrán nuestros institutos de investigaciones,
nuestras universidades alcanzar, no sólo el nivel actual de los
conocimientos y sus aplicaciones a la industria, sino colocarse en el
punto en que se inicia la formación de nuevos conocimientos?
Quizá
habría que darse por sumamente satisfechos si pudiéramos colocarnos en
el nivel actual de los conocimientos sin pretender estar a la vanguardia
de la adquisición o de la creación de nuevos conocimientos. El problema
que se nos plantea es semejante al de Aquiles y la tortuga. Si la
tortuga tiene una pequeña ventaja sobre Aquiles, éste nunca la
alcanzará, pues tendrá que llegar al punto en que se hallaba antes la
tortuga y por poco que adelante ésta ya habrá impuesto una nueva ventaja
científica y tecnológica, y nosotros somos la tortuga, lenta, pesada,
con entendimiento tan tonto como sus patas.
No
exagero. Recordemos cómo los que rigen el pensamiento de la nación, con
el poder político y económico, han tardado algo así como dos años para
eliminar el impuesto a los libros importados.
Enviar
al exterior libros o revistas producidas en Venezuela era casi
imposible. Una medida administrativa nos aisló de la comunidad
científica e intelectual internacional. Para los amos del correo es
absolutamente lo mismo que traer materia prima para fabricar palillos,
para helados, gomas de mascar, entre otros artículos, que libros y
revistas científicas. No hay diferencias. Pesan lo mismo. Los que
administran el país tienen sus criterios fiscales, que nada tiene ver
con la ciencia y el pensamiento. Evidencia que no exagero al decir que
somos la tortuga.
Hablar
de formación hoy en día implica hablar de costos de producción; cada
vez se incrementa más y nuestro poder adquisitivo cada vez disminuye
más. Podríamos plantear en abstracto el tipo de hombre que queremos
formar, esto es, haciendo abstracción de lo que habría que adquirir como
materiales para la formación científica. Vemos como nuestros propósitos
se ven afectados por limitaciones muy serias, casi imposibles de
superar. No cabe duda acerca de la respuesta a la pregunta de la
formación del hombre para el naciente siglo XXI: un hombre que
tenga un conocimiento al nivel de la ciencia de ese siglo. Que conozca
cuáles son las aplicaciones prácticas de la ciencia en los países más
avanzados. Pero ya sabemos de las limitaciones que tienen esos
propósitos. La pedagogía es una ciencia cuyos límites le son impuestos
por factores externos a ella.
De
un modo general, la construcción (¿Podríamos también decir generación,
adquisición?) del conocimiento se ve limitado por nuestras posibilidades
económicas. Si los que manejan esas posibilidades económicas no son
capaces de darse cuenta de ese problema, nuestra educación se quedará
cada vez más a la zaga.
Lo
que acabo de decir se refiere a la formación científica y técnica. Está
limitada por serios obstáculos, aunque no imposibles de vencer. Algunos
piensan que esta formación científica y técnica es la única que debe
fomentar y costear el Estado. Piensan que el desarrollo de un país tiene
su base en las ciencias y en sus aplicaciones prácticas. De allí que
quienes no piensan así, sean enemigos acérrimos ornamentales, algo así
como la enseñanza del piano a señoritas para amenizar veladas
culturales.
Sin
embargo, la formación de un ser humano que no sea sólo un robot
programado, no es completa sin las llamadas humanidades. La formación
filosófica es tan importante, o más importante que la formación
científica.
Desde
el punto de vista de las mismas ciencias, ellas plantean problemas que
se convierten en problemas filosóficos. No es que sostenga que sólo los
filósofos sean capaces de resolver o plantearse los problemas
filosóficos de las ciencias. Creo que son los mismos científicos los que
han de plantearse los problemas fisiológicos de sus ciencias. Para
hacer filosofía de la biología hay que saber sobre todo biología, y
asimismo con la matemática, con la física, con la química, entre otras
ciencias del saber humano.
Actualmente,
veo cómo algunas ciencias se ven colmadas por problemas que la
desbordan y las llevan a disciplinas filosóficas. La bioética, por
ejemplo, como problemas morales sobre la libertad que plantea el aborto,
la inseminación in vitro, las madres subrogantes, la clonación de seres
humanos y tantos otros problemas que surgen con el progreso cada vez
más prodigioso de la biología. Hoy en día la formación médica o la del investigador en las ciencias de la vida no está completa sin nociones éticas.
No
hay ciencias en las que la relación con las disciplinas fisiológicas no
sea inmediata y evidente. Hay otras, como las relacionadas con las
Tecnologías de Información y Comunicación (TIC´s) en las que esa
relación no lo es tanto, pero siempre existirá, y por eso, querer
expulsar a la filosofía del aprendizaje (¿Enseñanza?) de las ciencias,
como pretenden los administradores de la cultura, es un intento
insensato propio de la ignorancia. En vez de hacer progresar las
ciencias como es su intención, logran un resultado contrario. Y como
decía Hegel, “la verdad de la intención es el hecho”.
Pero
hay otros campos donde la formación filosófica es indispensable. Los
problemas de la vida cotidiana, los que plantean la política, la
economía, la sociedad en que se vive, particularmente esta
sociedad llamada del conocimiento. Donde tienen un papel preponderante
las TIC´s, con su arquetipo la super autopista de la información, exigen
respuestas, profundas o superficiales, de rebelión o de resignación, de
aceptación o de rechazo. Y así nos vemos obligados a proveernos de una
filosofía de la vida cotidiana. Sin saberlo, sin tener conciencia de
ello, podemos ser filósofos Kierkegaardianos, Sartrianos,
Heideggerianos, Marxistas, o abrazar el empirismo, el racionalismo, el
modernismo, el postmodernismo e incluso el capitalismo, el
postcapitalismo, la social democracia, entre otras posturas.
Podemos
decir que tanto da una sociedad como otra, que la injusticia es
insuprimible en el mundo, que lo único que interesa es la propia
salvación y que ello es un asunto enteramente personal entre el hombre y
Dios.
Podemos
pensar como Kierkeggard que lo propio de todo Estado es hacer que “la
injusticia en las cosas grandes sea justa”, que el Estado es sólo
engaño, mentira, encubrimiento, y, por tanto, sustraemos a él y evitar
todo vano intento de mejorarlo. Podemos ver a los otros como una masa de
borregos que no saben ni por qué hacen lo que hacen, no de dónde vienen
ni hacia dónde van. Y en cambio gozar de nuestra superioridad porque no
hemos caído bajo la dictadura de ese modo impersonal y anónimo de ser,
al cual Heidgger llamaba la dictadura del “se” (se hace, se piensa, se
dice, se compra, entre otros.) y así nos podemos encontrar un yo
“verdadero” haciendo un esfuerzo personal para encontrar una existencia
auténtica y oponerla a la existencia inauténtica del “se”.
Y
podemos también justificar la injusticia, diciéndonos que es así porque
hay unos que son inferiores y otros que son superiores y que los
últimos cumplen un destino que se les impone, que la solidaridad, la
unidad con los otros son actitudes que destruyen el orden natural de las
cosas. O podemos pensar que no hay orden natural. Que éste sólo existe
entre los animales, pero en la sociedad ese orden natural debe ser
cambiado por el orden impuesto por las leyes que convierten en iguales a
los hombres desiguales. Que en la dictadura del poder unos cuantos
tienen que desaparecer para ser reemplazados por una sociedad que no sea
la expresión del dominio de unos hombres sobre otros. Y así tenemos
nuestras filosofías, y cuando estudiamos a los grandes filósofos nos
sorprendemos porque encontramos en ellos lo que ya se encontraba en
nosotros.
Somos
estoicos que no sabemos que los somos, o epicúreos, o kierkegaardianos o
nietzscheanos, o marxistas, o racionalistas, o positivistas, o
capitalistas, o social demócratas, entre otras perspectivas. Y ello no
es extraño. Porque la filosofía es propia de todos los hombres; no hay
ser humano que no haga filosofía o que no tenga su filosofía. Sin
embargo, el estudio sistemático de los grandes filósofos nos permite
profundizar en nosotros mismos, nos permite darle una mayor coherencia a
nuestras ideas y por ende a nuestra personalidad, nos ayuda a
comprender mejor el mundo en que vivimos, los valores o contravalores
que lo rigen.
Pero
también, y esto quizás sea lo más importante, nos permite contrastar
nuestras ideas, ver sus fallas o sus fortalezas, su vigencia o su
obsolescencia. ¡Pobre de aquél que nunca haya sometido a duda y a discusiones sus ideas!. Vivirá prisionero de cadenas de telas de arañas fuertes porque nunca han sido puestas a prueba.
La
filosofía, o mejor, su estudio, es el coronamiento de la formación de
toda personalidad. Y los administradores de la cultura, esto es,
aquellos que tienen el poder para decidir lo que se ha de estudiar o lo
que no, lo que se ha de estimular o lo que hay que desalentar, son verdaderos cirujanos que practican la más funesta lobotomía.
Creen que han logrado un triunfo pero en vez de darle vida a sus
pacientes le dan la peor de las muertes. Es posible que en un estado
existan hombres de una ciencia tan superior, sobre todo en la economía
que tengan que ocupar el lugar donde se decide el destino de una nación.
Y desde allí, desde un Banco Central decidirán: tanto por ciento para
las tasas activas y tanto por ciento para las pasivas, y la patria será
salvada.
¿Pero
ocurre lo mismo con la filosofía, con el estudio de las ideas? ¿Puede
uno considerarse como el Presidente del Banco Central de la Inteligencia
y dictaminar: sólo Marx salva, o por el contrario, nada de Marx, mucho
Heidegger, o sólo Nietzsche, o únicamente racionalismo, o positivismo, o
quién sabe qué postura, y la patria será una, fuerte e indivisible?. Y,
sin embargo, ya tenemos entre nosotros semejantes personajes y son aún
más radicales, pues ya han dictaminado, abroquelados contra toda duda
por la ignorancia, nada de filosofía en la formación de los seres
humanos. Es uno de los mayores daños que se les puede hacer. La Filosofía siempre ha sido un esfuerzo hacia la libertad,
una preparación no para la muerte o la evasión de la realidad, sino
para el logro de la libertad, la tolerancia, la solidaridad, la
autonomía, la convivencia, la autenticidad, el descubrimiento, con la
finalidad de lograr y defender la paz que permita operacionalizar su
infinito amor por la madre naturaleza.
Vemos unos cuantos años después lo que nos aporta la Profesora Patricia Quiroga Gaitán
230511
Opinión / Los pilares de la educación, el reto
Prof. Patricia Quiroga Gaitán\Docente UJAP.
El
ser humano no es un ente rígido, constante ni permanente. Está sometido
a cambios continuos tanto desde el punto de vista sincrónico como
diacrónico. No es en lo absoluto unidimensional, es por el contrario un
entretejido de múltiples dimensiones, cuya característica primordial es
su carácter dinámico, integrador y polivalente.
Sobre
esta base y en función del contexto mundial globalizado,
interconectado, donde cada vez las fronteras son más difusas, la Unesco,
a través de sus estudios y declaraciones para los años 1996 y 2009, se
ha planteado el desarrollo de saberes esenciales de la educación del
hombre: ser, conocer, hacer y convivir (Delors, 1998); cuatros pilares
fundamentales que debe asumir la humanidad, para lograr un hombre capaz
de interrelacionarse e insertarse efectivamente en su medio y
adicionalmente -transformarse a sí mismo y a la sociedad-, (Unesco,
2009) quinto pilar entendido como la posibilidad que tiene el individuo
de incidir en su entorno en la medida en que internaliza el cambio y
visualiza un futuro para sí y para los demás con un verdadero compromiso
desde el presente.
Este
último pilar, recientemente incorporado, hace referencia a la necesidad
que tienen las sociedades de comprometerse conscientemente con el
colectivo presente y futuro.
Definitivamente
nos estamos dando cuenta de los riesgos y peligros de nuestro
comportamiento irresponsable como sociedades desde el punto de vista
ecológico. No se termina de entender la importancia de educarnos en
materia ambiental como un valor esencial. He allí el sitial que se la ha
asignado en los saberes esenciales, al ubicarlo como el quinto pilar
fundamental de la educación, que implica aprender a vivir con recursos
limitados y generar soluciones, desde nuestras propias comunidades, a la
infinidad de problemas que nos aquejan día a día.
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